domingo, 28 de noviembre de 2010

El caminaba cabizbajo por aquella calle empedrada de esa enorme ciudad, tenía sus pensamientos en otro lado en todo a excepción del camino que andaba. Tal como caminaba había vivido su vida, descuidando todo, menos sus pensamientos "guajiros"; que no le sivieron para nada, ya que nunca tuvo el valor de tratar de vivir ninguno de ellos.
Y es hoy... que aún se pregunta... ¿cómo he llegado hasta aquí?... (y yo me pregunto...¿en realidad no lo sabrá?)

viernes, 12 de noviembre de 2010

Ramiro el escritor

Despertó un día, aquel hombre cuyo nombre era Ramiro. No pensó nada, ni siquiera pensó de lo de siempre (que solía ser “un día más de trabajar como perro”), no, no pensó al despertar en absoluto que este día sería idéntico a los demás (a excepción de su pensamiento omitido).

Ramiro, era un ser rutinario, monótono, lleno de todo y a la vez de nada (digo de todo, porque tenía una vida, tenía ojos, brazos, piernas y una hermosa casa donde vivir. Y a la vez nada porque sentía su interior vacío, lo asemejaba al orificio de una rosquilla, no es nada decía él, nada de nada). Recorría siempre el mismo camino hacia su trabajo, regresaba a casa y cruzando el umbral de su puerta empezaba a quitarse las prendas que llevaba encima no una por una, lo que podía lo jalaba de tirones y caía en donde la gravedad lo dejaba.
Aquel hombre vivía solo, a excepción de aquel gato que de vez en cuando se colaba a su casa por alguna de las ventanas que siempre dejaba abierta; él decía que no era su mascota, pero al llegar a casa cuando no le escuchaba ronronear por doquier dejaba salir una bocanada de exhalación y sus ojos empezaban a buscarle, pero no, no era su mascota y él no le estimaba. Su casa tenía paredes color azul pálido, las cuales en sus buenos tiempos solían ser un azul celeste, vivo e iluminante; pero no más.
Yacía por doquier prendas de vestir, periódicos viejos, platos sucios y claro pelo de gato a quien mentalmente Ramiro le decía amigo. (¿Por qué amigo?, porque su concepto de amigo era alguien que solo te visita cuando ocupa algo de ti). Su casa tenía dos habitaciones, una completamente deshabitada con paredes blancas e impecable y otra la cual era su habitación (en el mismo estado que la entrada de su casa). El solía decir que su casa estaba a su “orden” y si no fuera así no sería su casa.
El no tenía familiares en la ciudad, decía que le gustaba su independencia. A veces llamaba a su madre, cuando ella le recordaba que lo hiciera por algún mensaje en la contestadora y el le llamaba a regañadientes, contándole lo mismo una y otra vez. “Mamá no te he llamado, he estado muy ocupado”. Su madre siempre le preguntaba por qué no volvía a salir con mujeres, que había ya pasado tiempo desde que Alexandra (su ex novia) y el habían terminado la relación. Y el siempre le respondía de la misma forma, con un silencio sepulcral que le dejaba entender a su madre la incomodidad de su pregunta.
Ramiro era hijo único y a sus padres les preocupaba que él estuviera solo y “agriado” (por no decirle amargado), solían decir en esas reuniones familiares que la vida de su hijo había dado un giro desde que salió de su carrera profesional y empezó a trabajar. Sus tíos y demás familiares decían que el “mundo adulto”, no le sentaba bien y que fue la mejor decisión que el pudo tomar el marcharse de su hogar e independizarse. Pero a sus padres eso no les había agradado.
El era escritor en sus adentros más profundos; pero en su título decía licenciado en filosofía y letras (cuya carrera nunca agradó a sus padres), trabajaba tiempo completo como editor de sociales de un conocido periódico de su ciudad. Cada que podía, pedía su cambio a otra sección (ya que como se habrán dado cuenta, eso de socializar, no era lo suyo), siempre decía otra sección que no sea sociales ni espectáculos. Pero su jefe quien era un hombre bastante mayor y cascarrabias le recordaba cada que podía que el empezó en su profesión limpiando los pisos de aquel periódico cuando apenas iba naciendo (el periódico, no el abuelito) y que Ramiro debía dar gracias que tenía un trabajo digno; que si había alguna vacante disponible, le avisarían (cosa que desde hace algunos años no pasaba, por lo menos no a sus oídos; pero sí a los de sus colegas).
En sus momentos en casa Ramiro escribía, escribía historias que nunca concluía; sus pocos “conocidos” (ya que según él, él no tenía amigos, solo conocidos), le decían que era por falta de inspiración; que lo que él escribía era algo que en realidad no sentía, no conocía y que así jamás podría terminar ni una sola de sus historias. Ramiro escribía historias de amor, pero como escribirlas si la única persona que llamó amor a Ramiro ya no estaba y no por que el no quisiera, sino porque así el lo quiso (sí me refiero a Alexandra). Alexandra adoraba leer los pobres inicios de las historias de amor, de aventura, de magia, de sueños, de poesía de su amado Ramiro (cuando las dejaba regadas por doquier, porque Ramiro era celoso de sus escritos), para ella todo lo que leía era hermoso, confuso, pero hermoso; solo que Ramiro terminó agotando el amor de Alexandra hasta que ella simplemente huyó sin decir adiós.

Ramiro anhelaba durante todo el día llegar a casa y escribir. Escribir sus múltiples historias interminables, que aunque las tuviera por los suelos, guardadas en gavetas o como tapete de Amigo, eran sus tesoros. . .

(No soy Ramiro, pero aún no termino esta historia, se aceptan sugerencias)